La metanfetamina, un estimulante sintético muy adictivo, es la segunda droga más consumida en el mundo (tras la marihuana), es responsable de 900 muertes prematuras cada año sólo en Estados Unidos y genera al sistema unos costes de más de 18.000 millones de euros anuales. Sin embargo, las campañas antidroga suelen olvidarla en sus mensajes.
Esta, aumenta el ritmo cardiaco, eleva la presión arterial, daña los dientes y produce ansiedad, estrés e irritabilidad, entre otros muchos efectos secundarios. Por ello, la Fundación RAND, con la colaboración de Meth Project Foundation (un organismo dedicado a reducir el consumo de metanfetamina) y el Instituto Nacional de Abuso de Drogas de EEUU, ha llevado a cabo el primer estudio que analiza los problemas creados por esta sustancia.
Además de los daños físicos y psíquicos que sufre el consumidor, el documento ahonda también en los efectos colaterales que padecen las familias y el resto de la sociedad.
Según los datos de Naciones Unidas, el número de usuarios de metanfetamina casi iguala al de los consumidores de cocaína y heroína juntos y desafortunadamente su uso va en aumento en los países desarrollados.
Conocida en la calle como ‘anfeta’, ‘tiza’, ‘cristal’, ‘meta’ o ‘speed’, la metanfetamina puede tomarse inhalada, inyectada, fumada o por vía oral y sus efectos de euforia duran entre seis y ocho horas, aunque pueden prolongarse hasta las 12 horas. Su consumo preocupa a los expertos por su naturaleza adictiva y sus numerosos perjuicios para la salud: hipertensión, daños cardiovasculares, ataques y convulsiones e impacto negativo en los pulmones. Los efectos psicológicos incluyen ansiedad, pérdida de inhibición, más posibilidades de incurrir en comportamientos de riesgo y conducta violenta.
“El análisis muestra la necesidad de tomarse en serio el problema e invertir en programas de prevención centrados específicamente en esta sustancia”, concluye Tom Siebel, fundador y jefe de Meth Project
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